Miércoles
y jueves se celebrará la solemnidad de la Asunción de la
Bienaventurada Virgen María. María, la Madre de Dios, se da la
bienvenida al cielo en cuerpo y alma a reunirse con su hijo, Jesús.
Nos alienta el día de hoy a meditar sobre la relación entre María
y Jesús, que se extiende también a nosotros. Por medio de
Jesucristo, nos hemos convertido en hijos adoptivos de Dios y se les
ofrece un derecho de nacimiento real que nos une con nuestro Padre.
Por esta razón, María es vista como Madre Eterna e intercesor de la
manera más hermosa. Ella nos ama como nuestro propio y siempre está
aquí, en nuestro tiempo de necesidad. Ella es también un mensajero
de su hijo y se sabe que hablar en su nombre; templar el mensaje con
una emoción paternal que rezuma ternura y cuidado genuino para
nuestra salvación.
Se nos anima a mirar a María como modelo de nuestras propias vidas y cómo nos relacionamos con otras personas. Debemos amar con la misma seriedad y pureza que María tiene a su hijo y nosotros. Cristo mismo nos entregó el mandamiento más importante:
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón,
y con toda tu alma,
y con toda tu mente.
Este es el mayor y el primer mandamiento.
Y el segundo es semejante a éste:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Por medio de Cristo y su sacrificio aprendemos cómo amar y María lo define aún más con el amor paternal que ella trae. Se nos invita constantemente a participar en esta relación mediante la aceptación de Dios en nuestras vidas y vivir con Dios y su amor. No podemos disfrutar plenamente de esta experiencia sin necesidad de abrir nuestras mentes y corazones a Dios y entregarse a Él con completa inocencia y el abandono. Hay que reconocer, además, que para aceptar a Dios es renunciar al control de nuestras vidas, un control que por lo general lleva a nuestra propia destrucción. Este acto puede dejarnos expuestos y vulnerables, sino que también forma una relación de confianza. Esta confianza se desarrolla a través del amor tal como se define por Cristo y María.
Nuestra fe asegura nuestra salvación. Cuando somos débiles o cuando nos sentimos perdidos, debemos mirar a María nuestra Madre para que la ayuda y la ternura que sólo una madre puede ofrecer. Ella cuando luego tomar nuestra mano y nos lleve a su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo.
Diácono Tom
Se nos anima a mirar a María como modelo de nuestras propias vidas y cómo nos relacionamos con otras personas. Debemos amar con la misma seriedad y pureza que María tiene a su hijo y nosotros. Cristo mismo nos entregó el mandamiento más importante:
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón,
y con toda tu alma,
y con toda tu mente.
Este es el mayor y el primer mandamiento.
Y el segundo es semejante a éste:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Por medio de Cristo y su sacrificio aprendemos cómo amar y María lo define aún más con el amor paternal que ella trae. Se nos invita constantemente a participar en esta relación mediante la aceptación de Dios en nuestras vidas y vivir con Dios y su amor. No podemos disfrutar plenamente de esta experiencia sin necesidad de abrir nuestras mentes y corazones a Dios y entregarse a Él con completa inocencia y el abandono. Hay que reconocer, además, que para aceptar a Dios es renunciar al control de nuestras vidas, un control que por lo general lleva a nuestra propia destrucción. Este acto puede dejarnos expuestos y vulnerables, sino que también forma una relación de confianza. Esta confianza se desarrolla a través del amor tal como se define por Cristo y María.
Nuestra fe asegura nuestra salvación. Cuando somos débiles o cuando nos sentimos perdidos, debemos mirar a María nuestra Madre para que la ayuda y la ternura que sólo una madre puede ofrecer. Ella cuando luego tomar nuestra mano y nos lleve a su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo.
Diácono Tom
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