III
Domingo Ordinario
Leccionario: 69
Primera lectura
Neh 8, 2-4a. 5-6. 8-10
En aquellos días, Esdras, el
sacerdote, trajo el libro de la ley ante la asamblea, formada por los hombres,
las mujeres y todos los que tenían uso de razón.
Era el día primero del mes séptimo, y Esdras leyó desde el amanecer hasta el mediodía, en la plaza que está frente a la puerta del Agua, en presencia de los hombres, las mujeres y todos los que tenían uso de razón. Todo el pueblo estaba atento a la lectura del libro de la ley. Esdras estaba de pie sobre un estrado de madera, levantado para esta ocasión. Esdras abrió el libro a la vista del pueblo, pues estaba en un sitio más alto que todos, y cuando lo abrió, el pueblo entero se puso de pie. Esdras bendijo entonces al Señor, el gran Dios, y todo el pueblo, levantando las manos, respondió: “¡Amén!”, e inclinándose, se postraron rostro en tierra. Los levitas leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicaban el sentido, de suerte que el pueblo comprendía la lectura.
Entonces Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote y escriba, y los levitas que instruían a la gente, dijeron a todo el pueblo: “Éste es un día consagrado al Señor, nuestro Dios. No estén ustedes tristes ni lloren (porque todos lloraban al escuchar las palabras de la ley). Vayan a comer espléndidamente, tomen bebidas dulces y manden algo a los que nada tienen, pues hoy es un día consagrado al Señor, nuestro Dios. No estén tristes, porque celebrar al Señor es nuestra fuerza”.
Era el día primero del mes séptimo, y Esdras leyó desde el amanecer hasta el mediodía, en la plaza que está frente a la puerta del Agua, en presencia de los hombres, las mujeres y todos los que tenían uso de razón. Todo el pueblo estaba atento a la lectura del libro de la ley. Esdras estaba de pie sobre un estrado de madera, levantado para esta ocasión. Esdras abrió el libro a la vista del pueblo, pues estaba en un sitio más alto que todos, y cuando lo abrió, el pueblo entero se puso de pie. Esdras bendijo entonces al Señor, el gran Dios, y todo el pueblo, levantando las manos, respondió: “¡Amén!”, e inclinándose, se postraron rostro en tierra. Los levitas leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicaban el sentido, de suerte que el pueblo comprendía la lectura.
Entonces Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote y escriba, y los levitas que instruían a la gente, dijeron a todo el pueblo: “Éste es un día consagrado al Señor, nuestro Dios. No estén ustedes tristes ni lloren (porque todos lloraban al escuchar las palabras de la ley). Vayan a comer espléndidamente, tomen bebidas dulces y manden algo a los que nada tienen, pues hoy es un día consagrado al Señor, nuestro Dios. No estén tristes, porque celebrar al Señor es nuestra fuerza”.
Salmo Responsorial
Salmo 18, 8. 9. 10. 15
R. (Jn 6, 63c) Tú
tienes, Señor, palabras de vida eterna.
La ley del Señor es perfecta del todo
y reconforta el alma;
inmutables son las palabras del Señor
y hacen sabio al sencillo.
R. Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna.
En los mandamientos del Señor hay rectitud
y alegría para el corazón;
son luz los preceptos del Señor
para alumbrar el camino.
R. Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna.
La voluntad de Dios es santa
y para siempre estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos
y eternamente justos.
R. Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna.
Que sean gratas las palabras de mi boca,
y los anhelos de mi corazón.
Haz, Señor, que siempre te busque,
pues eres mi refugio y salvación.
R. Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna.
La ley del Señor es perfecta del todo
y reconforta el alma;
inmutables son las palabras del Señor
y hacen sabio al sencillo.
R. Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna.
En los mandamientos del Señor hay rectitud
y alegría para el corazón;
son luz los preceptos del Señor
para alumbrar el camino.
R. Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna.
La voluntad de Dios es santa
y para siempre estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos
y eternamente justos.
R. Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna.
Que sean gratas las palabras de mi boca,
y los anhelos de mi corazón.
Haz, Señor, que siempre te busque,
pues eres mi refugio y salvación.
R. Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna.
Segunda Lectura
1 Cor 12:12-30
Hermanos:
Así como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros y todos ellos, a pesar de ser
muchos, forman un solo cuerpo, así también es Cristo. Porque todos nosotros,
seamos judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos sido bautizados en un mismo
Espíritu, para formar un solo cuerpo, y a todos se nos ha dado a beber del
mismo Espíritu.
El cuerpo no se compone de un solo miembro, sino de muchos. Si el pie dijera: “No soy mano, entonces no formo parte del cuerpo”, ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Y si el oído dijera: “Puesto que no soy ojo, no soy del cuerpo”, ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿con qué oiríamos? Y si todo el cuerpo fuera oído, ¿con qué oleríamos? Ahora bien, Dios ha puesto los miembros del cuerpo cada uno en su lugar, según lo quiso. Si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?
Cierto que los miembros son muchos, pero el cuerpo es uno solo. El ojo no puede decirle a la mano: “No te necesito”; ni la cabeza, a los pies: “Ustedes no me hacen falta”. Por el contrario, los miembros que parecen más débiles son los más necesarios. Y a los más íntimos los tratamos con mayor decoro, porque los demás no lo necesitan. Así formó Dios el cuerpo, dando más honor a los miembros que carecían de él, para que no haya división en el cuerpo y para que cada miembro se preocupe de los demás. Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; y cuando recibe honores, todos se alegran con él.
Pues bien, ustedes son el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro de él. En la Iglesia, Dios ha puesto en primer lugar a los apóstoles; en segundo lugar, a los profetas; en tercer lugar, a los maestros; luego, a los que hacen milagros, a los que tienen el don de curar a los enfermos, a los que ayudan, a los que administran, a los que tienen el don de lenguas y el de interpretarlas. ¿Acaso son todos apóstoles? ¿Son todos profetas? ¿Son todos maestros? ¿Hacen todos milagros? ¿Tienen todos el don de curar? ¿Tienen todos el don de lenguas y todos las interpretan?
El cuerpo no se compone de un solo miembro, sino de muchos. Si el pie dijera: “No soy mano, entonces no formo parte del cuerpo”, ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Y si el oído dijera: “Puesto que no soy ojo, no soy del cuerpo”, ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿con qué oiríamos? Y si todo el cuerpo fuera oído, ¿con qué oleríamos? Ahora bien, Dios ha puesto los miembros del cuerpo cada uno en su lugar, según lo quiso. Si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?
Cierto que los miembros son muchos, pero el cuerpo es uno solo. El ojo no puede decirle a la mano: “No te necesito”; ni la cabeza, a los pies: “Ustedes no me hacen falta”. Por el contrario, los miembros que parecen más débiles son los más necesarios. Y a los más íntimos los tratamos con mayor decoro, porque los demás no lo necesitan. Así formó Dios el cuerpo, dando más honor a los miembros que carecían de él, para que no haya división en el cuerpo y para que cada miembro se preocupe de los demás. Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; y cuando recibe honores, todos se alegran con él.
Pues bien, ustedes son el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro de él. En la Iglesia, Dios ha puesto en primer lugar a los apóstoles; en segundo lugar, a los profetas; en tercer lugar, a los maestros; luego, a los que hacen milagros, a los que tienen el don de curar a los enfermos, a los que ayudan, a los que administran, a los que tienen el don de lenguas y el de interpretarlas. ¿Acaso son todos apóstoles? ¿Son todos profetas? ¿Son todos maestros? ¿Hacen todos milagros? ¿Tienen todos el don de curar? ¿Tienen todos el don de lenguas y todos las interpretan?
O bien:
1 Cor 12, 12-14. 27
Hermanos: Así como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros y todos ellos, a pesar de ser muchos, forman un solo cuerpo, así también es Cristo. Porque todos nosotros, seamos judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo, y a todos se nos ha dado a beber del mismo Espíritu. Ustedes son el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro de él.
Aclamación antes del Evangelio
Lc 4, 18
R. Aleluya, aleluya.
El Señor me ha enviado
para anunciar a los pobres la buena nueva
y proclamar la liberación a los cautivos.
R. Aleluya.
El Señor me ha enviado
para anunciar a los pobres la buena nueva
y proclamar la liberación a los cautivos.
R. Aleluya.
Evangelio
Lc 1, 1-4. 4, 14-21
Muchos han tratado de
escribir la historia de las cosas que pasaron entre nosotros, tal y como nos
las trasmitieron los que las vieron desde el principio y que ayudaron en la
predicación. Yo también, ilustre Teófilo, después de haberme informado
minuciosamente de todo, desde sus principios, pensé escribírtelo por orden,
para que veas la verdad de lo que se te ha enseñado.
(Después de que Jesús fue tentado por el demonio en el desierto), impulsado por el Espíritu, volvió a Galilea. Iba enseñando en las sinagogas; todos lo alababan y su fama se extendió por toda la región. Fue también a Nazaret, donde se había criado. Entró en la sinagoga, como era su costumbre hacerlo los sábados, y se levantó para hacer la lectura. Se le dio el volumen del profeta Isaías, lo desenrolló y encontró el pasaje en que estaba escrito: El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor.
Enrolló el volumen, lo devolvió al encargado y se sentó. Los ojos de todos los asistentes a la sinagoga estaban fijos en él. Entonces comenzó a hablar, diciendo: “Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”.
(Después de que Jesús fue tentado por el demonio en el desierto), impulsado por el Espíritu, volvió a Galilea. Iba enseñando en las sinagogas; todos lo alababan y su fama se extendió por toda la región. Fue también a Nazaret, donde se había criado. Entró en la sinagoga, como era su costumbre hacerlo los sábados, y se levantó para hacer la lectura. Se le dio el volumen del profeta Isaías, lo desenrolló y encontró el pasaje en que estaba escrito: El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor.
Enrolló el volumen, lo devolvió al encargado y se sentó. Los ojos de todos los asistentes a la sinagoga estaban fijos en él. Entonces comenzó a hablar, diciendo: “Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”.
MIS HERMANOS Y HERMANAS,
Venimos a Jesucristo como somos: quebrantados
y hermosos. Cada uno de nosotros es único y diferente. Todos tenemos dones y
talentos que definen quiénes somos. Muchos de estos aún permanecen ocultos
porque no los hemos usado durante tanto tiempo o tal vez no somos conscientes
de que están allí porque, en cambio, hemos elegido buscar otras cosas que nos
han distraído de nuestro verdadero potencial. Esto se conoce como pereza: no
usar los dones ni el talento de uno como Dios pretendía. Concentrarse en
nuestra relación con Jesucristo nos permite familiarizarnos con nosotros mismos
y realizar todo nuestro potencial. Con demasiada frecuencia aceptamos a la
persona que podríamos pensar que somos en este momento, influenciados por el
pecado y las cosas de la carne, sin tomarnos el tiempo de eliminar la basura
que nos impide ver una imagen más clara de la persona que se encuentra debajo.
Las influencias externas y los factores estresantes se suman a una realidad
borrosa que en realidad no es verdadera en comparación con la realidad real.
Hay bien y belleza en todos y
en todo. La creación de Dios fue perfecta. Fue un reflejo de Él y una
declaración de quién es Él. Es a través de nuestra acogida del pecado y la
tentación en el mundo que las cosas se distorsionaron y se hicieron borrosas.
Nuestra existencia nos fue entregada y, en lugar de disfrutarla, intentamos
recrearla y seguir haciéndolo hasta hoy. Es muy fácil presenciar lo que hemos
hecho en un intento de deshacer lo que Dios hizo a favor de nuestra visión.
Dios ofreció gozo y amor. Trajimos tristeza y odio. Dios ofreció la felicidad y
la tranquilidad. Trajimos miseria y violencia. Dios presentó la perfección.
Presentamos la imperfección. Contemplar estas dos realidades no deja ninguna
duda de cuál debería preferirse. La buena noticia es que siempre hay un camino
de regreso a Dios y a la perfección que Él ofrece.
En las Lecturas bíblicas de
hoy se nos dice que no estemos tristes, pero recuerda que regocijarnos en el
Señor debe ser nuestra fortaleza. Una vida centrada en una relación con Jesús
permite comprender que cualquier obstáculo que enfrentemos será superado, ya
que solo son temporales en comparación con lo que es eterno: el amor de Jesús
que es eterno. Es a través de Jesús que somos invitados a este amor que creó
todas las cosas y es victorioso sobre todas las cosas que están delante de él.
Recibir esta invitación significa que luego nos convertimos en partícipes de la
relación de la Trinidad y nos convertimos en benefactores de todo lo que
ofrece: una comprensión del Padre a través de la revelación del Hijo con la
presencia del Amor de Dios que está más allá de toda comprensión.
Estar involucrado en la Vida
de la Trinidad permite que comience nuestra curación espiritual. Todas nuestras
relaciones son transformadas por su presencia. Todas nuestras acciones y
reacciones adquieren un nuevo significado y están definidas por la presencia
del Espíritu Santo. Es desde aquí que se pueden realizar nuestras verdaderas
fortalezas y talentos. El uso de estos de la manera apropiada y con el Amor de
Dios en nuestros corazones nos lleva a la comunión con la Creación de Dios. El
egoísmo se convierte naturalmente en egoísmo cuando la preocupación y el amor
por los demás reemplazan las tentaciones y los deseos que nos atormentaban
antes. Las posibilidades se vuelven ilimitadas como el universo ante nosotros
si solo nos enfocamos en lo que es eterno en lugar de finito.
Una pregunta que muchas
personas se encuentran preguntándose es ¿cuál es su propósito en la vida? ¿Qué
quiere Dios para nosotros? Para recibir realmente una respuesta, primero debe
hacer la pregunta correctamente, sacándonos de la ecuación y rindiéndonos completamente
a Su Voluntad. La pregunta que todos los cristianos deberían preguntarse es:
“¿Qué quieres que haga?”. San Pablo describe esto como si fuéramos vasos de
barro; Pedazos de barro en la mano del alfarero. Deberíamos estar listos para
reaccionar a lo que Dios tiene que decirnos y estar preparados para ser
moldeados por el artesano que nos creó. Es entonces cuando nuestros verdaderos
dones y talentos se revelarán todo dentro de la presencia amorosa de Dios.
Diácono tom
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