DEACON TOM ANTHONY

Saturday, May 4, 2019







III Domingo de Pascua
Leccionario: 48

Primera lectura

Hch 5, 27b-32. 40b-41
En aquellos días, el sumo sacerdote reprendió a los apóstoles y les dijo: "Les hemos prohibido enseñar en nombre de ese Jesús; sin embargo, ustedes han llenado a Jerusalén con sus enseñanzas y quieren hacernos responsables de la sangre de ese hombre".

Pedro y los otros apóstoles replicaron: "Primero hay que obedecer a Dios y luego a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien ustedes dieron muerte colgándolo de la cruz. La mano de Dios lo exaltó y lo ha hecho jefe y Salvador, para dar a Israel la gracia de la conversión y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de todo esto y también lo es el Espíritu Santo, que Dios ha dado a los que lo obedecen".

Los miembros del sanedrín mandaron azotar a los apóstoles, les prohibieron hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Ellos se retiraron del sanedrín, felices de haber padecido aquellos ultrajes por el nombre de Jesús.


Salmo Responsorial

Salmo 29, 2 y 4. 5 y 6. 11 y 12a y 13b
R. (2a) Te alabaré, Señor, eternamente. Aleluya.
Te alabaré, Señor, pues no dejaste
que se rieran de mí mis enemigos.
Tú, Señor, me salvaste de la muerte
ya punto de morir, me reviviste. 
R. Te alabaré, Señor, eternamente. Aleluya.
Alaban al Señor quienes lo aman,
den gracias a su nombre,
porque su ira dura un solo instante
y su bondad, toda la vida.
El llanto nos visita por la tarde;
por la mañana, el jubilo.
R. Te alabaré, Señor, eternamente. Aleluya.
Escúchame, Señor, y compadécete;
Señor, ven en mi ayuda.
Convertiste mu duelo en alegría,
te alabaré por eso eternamente.
R. Te alabaré, Señor, eternamente. Aleluya.


Segunda Lectura

Apoc 5, 11-14
Yo, Juan, tuve una visión, en la cual oí alrededor del trono de los vivientes y los ancianos, la voz de millones y millones de ángeles, que cantaban con voz potente:

"Digno es el Cordero, que fue inmolado,
de recibir el poder y la riqueza,
la sabiduría y la fuerza,
el honor, la gloria y la alabanza".

Oí a todas las creaturas que hay en el cielo, en la tierra, debajo de la tierra y en el mar –todo cuanto existe–, que decían:

"Al que está sentado en el trono y al Cordero,
la alabanza, el honor, la gloria y el poder,
por los siglos de los siglos".

Y los cuatro vivientes respondían: "Amén". Los veinticuatro ancianos se postraron en tierra y adoraron al que vive por los siglos de los siglos.


Aclamación antes del Evangelio

 
R. Aleluya, aleluya.
Ha resucitado Cristo, que creó todas las cosas
y se compadeció del género humano.
R. Aleluya.


Evangelio

Jn 21, 1-19
En aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se les apareció de esta manera:

Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Ellos le respondieron: "También nosotros vamos contigo". Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada.

Estaba amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo reconocieron. Jesús les dijo: "Muchachos, ¿han pescado algo?" Ellos contestaron: "No". Entonces él les dijo: "Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces". Así lo hicieron, y luego ya no podían jalar la red por tantos pescados.

Entonces el discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: "Es el Señor". Tan pronto como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la cintura la túnica, pues se la había quitado, y se tiró al agua. Los otros discípulos llegaron en la barca, arrastrando la red con los pescados, pues no distaban de tierra más de cien metros.

Tan pronto como saltaron a tierra, vieron unas brasas y sobre ellas un pescado y pan. Jesús les dijo: "Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar". Entonces Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red, repleta de pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres, y a pesar de que eran tantos, no se rompió la red. Luego les dijo Jesús: "Vengan a almorzar". Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: '¿Quién eres?', porque ya sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio y también el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos.

Después de almorzar le preguntó Jesús a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?" Él le contestó: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis corderos". Por segunda vez le preguntó: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?" Él le respondió: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Pastorea mis ovejas". Por tercera vez le preguntó: "Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?" Pedro se entristeció de que Jesús le hubiera preguntado por tercera vez si lo quería y le contestó: "Señor, tú lo sabes todo; tú bien sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas. Yo te aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías la ropa e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás los brazos y otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras". Esto se lo dijo para indicarle con qué género de muerte habría de glorificar a Dios. Después le dijo: "Sígueme".

 


Mis hermanos y hermanas,
 Qué hermosa interacción entre Jesús y siete de sus discípulos, la lectura del Evangelio de hoy nos trajo. A través de él, nos convertimos en testigos de cuán personal era la relación de Jesús con todos sus discípulos. Era profundo, cariñoso, íntimo y amoroso. Después de Su resurrección, los discípulos necesitaron este tipo de cuidado y atención para fortalecer su fe y también para validar todo lo que sucedió antes. En cada relación hay una necesidad de reforzar los lazos que se unen con palabras de aliento y signos de afecto. Una sonrisa y un abrazo pueden recorrer un largo camino. Un simple comienzo, "Te amo", dijo que en el momento adecuado puede hacer toda la diferencia en la vida de alguien y puede hacer que un día realmente malo sea mejor. Jesús y sus discípulos eran humanos. Sus emociones, pensamientos y sentimientos no eran diferentes a los nuestros. Sus necesidades y deseos se reflejan fácilmente en nuestras propias vidas. A veces esto se olvida cuando se leen y meditan las palabras de la Sagrada Escritura. La humanidad de lo que se dice y los sentimientos que se sintieron a través de las experiencias dictadas a veces pueden perderse en el lector, aunque se puede argumentar que estas mismas cosas son importantes para la experiencia general de leer la Sagrada Escritura. Si Dios es verdaderamente amor, entonces todas nuestras experiencias con Él, incluyendo la lectura de las Sagradas Escrituras, deben abordarse con eso como un factor central.
Los discípulos se reunieron con Jesús y desayunaron con él. Fue en momentos como este que Jesús ministró a sus discípulos y las multitudes. Comer juntos es un acto social y puede ser tanto personal como íntimo. Es donde las personas suelen estar más relajadas y listas para entablar una conversación no forzada. En la tradición judía, comer con alguien indicó que había una relación personal y también un aspecto espiritual. Jesús invitó a los discípulos a comer con Él como un signo de amor y compañía. Estaban siendo invitados a una interacción con Él que iba más allá del simple acto de comer. Los discípulos estaban presentes en el momento con Jesús, siendo nutridos por Él física, mental y espiritualmente. Nadie habló hasta después de la comida; todos disfrutaban estar en presencia de los demás.
Lo que Jesús dijo era importante, pero no más importante que el hecho de estar con ellos. Estamos invitados a experimentar a Jesús de la misma manera en nuestras vidas: disfrutando el momento con Él sin hacer nada más. Ese es uno de los dones que Jesús nos ha dado como sus hijos. Antes de Su crucifixión, Él dijo lo mismo con las palabras: "Permanece en mí y yo permaneceré en ti". No hay condiciones previas para este estado de ser solo una comprensión de que Jesús está con nosotros y que reconocemos esa presencia. A través de este reconocimiento, nos convertimos en benefactores de nuestro Dios estando con nosotros en cada momento de nuestras vidas. Así como los discípulos comieron en silencio con Él, nosotros también podemos estar con Él de manera íntima y cercana.
Jesús quiere que estemos cerca de él. Es por eso que nos dieron el don de la Eucaristía. Unirnos a Él física, mental y espiritualmente nos permite estar aún más cerca de Él. En ese momento de recibir Su cuerpo y Su sangre, nada puede separarnos de Él y Él de nosotros. La unión de nosotros a nuestro Dios de esa manera no puede ser subestimada. Cualquiera sea la experiencia de Cristo de la que fuimos testigos, no se puede comparar con la de recibir la Eucaristía. Las Escrituras dan fe de este hecho, ya que se reveló que los discípulos reconocieron a Jesús a través de la Partida del Pan. Sus corazones y mentes fueron abiertos a través de ese acto. Nuestros corazones y mentes se abren de la misma manera, se reúnen y participan de la comida de Su cuerpo y sangre, tal como los discípulos comieron con Él anteriormente.
Ser cristiano es todo acerca de las relaciones. Nuestra relación con Jesús es la más importante y todas nuestras otras relaciones deben ser influenciadas por ella. Cuando nos acercamos a todas nuestras interacciones con Jesús en la vanguardia, nuestras vidas y nuestras experiencias adquieren un significado más profundo. Estamos participando en la vida con Jesús y al hacerlo, nos aseguramos que todo lo que se experimenta está influenciado por su presencia. Las cosas se vuelven más fáciles. Las cosas se vuelven más alegres. Solo cuando se ignora la intimidad de Jesús, las cosas se vuelven difíciles y negativas. Jesús nos libera de ese estado y de esos sentimientos.
¿En qué otro lugar se puede imaginar estar luego partiendo el pan con Jesús por el agua? Hemos sido invitados allí y no hay nada excepto nosotros mismos que nos impide ir.

Diácono tom


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