VII Domingo de Pascua
Leccionario: 61
Primera lectura
Hch 7, 55-60
En aquellos días, Esteban, lleno del Espíritu Santo,
miró al cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús, que estaba de pie a la derecha
de Dios, y dijo: “Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie
a la derecha de Dios”.
Entonces los miembros del sanedrín gritaron con fuerza, se taparon los oídos y todos a una se precipitaron sobre él. Lo sacaron fuera de la ciudad y empezaron a apedrearlo. Los falsos testigos depositaron sus mantos a los pies de un joven, llamado Saulo.
Mientras lo apedreaban, Esteban repetía esta oración: “Señor Jesús, recibe mi espíritu”. Después se puso de rodillas y dijo con fuerte voz: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado”. Y diciendo esto, se durmió en el Señor.
Entonces los miembros del sanedrín gritaron con fuerza, se taparon los oídos y todos a una se precipitaron sobre él. Lo sacaron fuera de la ciudad y empezaron a apedrearlo. Los falsos testigos depositaron sus mantos a los pies de un joven, llamado Saulo.
Mientras lo apedreaban, Esteban repetía esta oración: “Señor Jesús, recibe mi espíritu”. Después se puso de rodillas y dijo con fuerte voz: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado”. Y diciendo esto, se durmió en el Señor.
Salmo Responsorial
Salmo 96, 1 y 2b. 6 y 7c. 9
R. (1a y 9a) Reina al Señor, alégrese la
tierra. Aleluya.
Reina al Señor, alégrese la tierra;
Canto de regocijo el mundo entero.
El trono del Señor se asienta
en la justicia y el derecho.
R. Reina al Señor, alégrese la tierra. Aleluya.
Los cielos pregonan su justicia,
su inmensa gloria ven todos los pueblos.
Que caigan ante Dios todos los dioses.
R. Reina al Señor, alégrese la tierra. Aleluya.
Tú, Señor altísimo,
estás muy por encima de la tierra
y mucho más en alto que los dioses.
R. Reina al Señor, alégrese la tierra. Aleluya.
Reina al Señor, alégrese la tierra;
Canto de regocijo el mundo entero.
El trono del Señor se asienta
en la justicia y el derecho.
R. Reina al Señor, alégrese la tierra. Aleluya.
Los cielos pregonan su justicia,
su inmensa gloria ven todos los pueblos.
Que caigan ante Dios todos los dioses.
R. Reina al Señor, alégrese la tierra. Aleluya.
Tú, Señor altísimo,
estás muy por encima de la tierra
y mucho más en alto que los dioses.
R. Reina al Señor, alégrese la tierra. Aleluya.
Segunda Lectura
Apoc 22, 12-14. 16-17. 20
Yo, Juan, escuché una voz que me decía: “Mira,
volveré pronto y traeré conmigo la recompensa que voy a dar a cada uno según
sus obras. Yo soy el Alfa y la Omega, yo soy el primero y el último, el
principio y el fin. Dichosos los que lavan su ropa en la sangre del Cordero,
pues ellos tendrán derecho a alimentarse del árbol de la vida y a entrar por la
puerta de la ciudad.
Yo, Jesús, he enviado a mi ángel para que dé testimonio ante ustedes de todas estas cosas en sus asambleas. Yo soy el retoño de la estirpe de David, el brillante lucero de la mañana”.
El Espíritu y la Esposa dicen: “¡Ven!” El que oiga, diga: “¡Ven!” El que tenga sed, que venga; y el que quiera, que venga a beber gratis del agua de la vida.
Quien da fe de todo esto asegura: “Volveré pronto”. Amén. ¡Ven, Señor Jesús!
Yo, Jesús, he enviado a mi ángel para que dé testimonio ante ustedes de todas estas cosas en sus asambleas. Yo soy el retoño de la estirpe de David, el brillante lucero de la mañana”.
El Espíritu y la Esposa dicen: “¡Ven!” El que oiga, diga: “¡Ven!” El que tenga sed, que venga; y el que quiera, que venga a beber gratis del agua de la vida.
Quien da fe de todo esto asegura: “Volveré pronto”. Amén. ¡Ven, Señor Jesús!
Aclamación antes del Evangelio
Cfr Jn 14, 18
R. Aleluya.
No los dejaré desamparados, dice el Señor;
me voy, pero volveré a ustedes
y entonces se alegrará su corazón.
R. Aleluya.
No los dejaré desamparados, dice el Señor;
me voy, pero volveré a ustedes
y entonces se alegrará su corazón.
R. Aleluya.
Evangelio
Jn 17, 20-26
En aquel tiempo, Jesús levantó los ojos al cielo y
dijo: “Padre, no sólo te pido por mis discípulos, sino también por los que van
a creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre,
en mí y yo en ti somos uno, a fin de que sean uno en nosotros y el mundo crea
que tú me has enviado.
Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mí, para que su unidad sea perfecta y así el mundo conozca que tú me has enviado y que los amas, como me amas a mí.
Padre, quiero que donde yo esté, estén también conmigo los que me has dado, para que contemplen mi gloria, la que me diste, porque me has amado desde antes de la creación del mundo.
Padre justo, el mundo no te ha conocido; pero yo sí te conozco y éstos han conocido que tú me enviaste. Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que me amas esté en ellos y yo también en ellos’’.
Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mí, para que su unidad sea perfecta y así el mundo conozca que tú me has enviado y que los amas, como me amas a mí.
Padre, quiero que donde yo esté, estén también conmigo los que me has dado, para que contemplen mi gloria, la que me diste, porque me has amado desde antes de la creación del mundo.
Padre justo, el mundo no te ha conocido; pero yo sí te conozco y éstos han conocido que tú me enviaste. Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que me amas esté en ellos y yo también en ellos’’.
Mis hermanos y hermanas,
Hemos sido bendecidos por tener un gran
abogado en Jesucristo. No solo sufrió y murió por nosotros, sino que cada
pensamiento y acción iniciada por Él se centra en nosotros. Hoy, en la lectura
del Evangelio, se nos recuerda la relación con Jesús que todos somos capaces de
tener. Esto va más allá de la adoración y se convierte en una experiencia única
y personal en cada momento. Cuando aceptamos a Jesucristo en nuestros
corazones, estamos sumergidos en el Amor de Dios y estamos rodeados por Su
presencia. Estamos unidos por todos los demás que se abrieron a Jesucristo. Es
una experiencia espiritual que está guiada por la Santísima Trinidad, pero
incluye a todos aquellos en los que a los que han reclamado su derecho de
nacimiento como hijos de Dios no se les niega la participación. Reunidos en el
momento en que se forma el Cuerpo Viviente de Jesucristo cuando Jesús nos
invita a participar, el Padre nos da la bienvenida y se manifiesta el Espíritu
Santo.
La única vez que podemos encontrarnos
separados de esta experiencia es a través de nuestra decisión de hacerlo. La
invitación que nos da Jesucristo es constante e ininterrumpida. Entonces
depende de nosotros aceptarlo y recibirlo. Los dones espirituales recibidos
tienen la capacidad de llevarnos a una mayor conciencia y comprensión de Dios y
su creación. Es aquí donde empezamos a entender lo que Dios realmente quiere
para nosotros y cómo quiere que seamos. Es una visión de la perfección y un
sentimiento que no puede ser reemplazado por nada en esta tierra. Esta experiencia
de estar con Dios puede brindarnos consuelo, esperanza y satisfacción de que
somos aceptados como somos sin condiciones previas ni demandas. Somos amados y
recibidos por lo que somos y no por lo que debemos ser. Nada se gana. Se da
libremente. Según los estándares de este mundo, este concepto puede ser difícil
de entender, pero para que podamos entender debemos saber que lo que se ofrece
está más allá de este mundo y abarca el universo y tiene su origen en su
creador, que es Dios. Sabiendo que viene de Dios, entonces se enfatiza el hecho
de que nada más importante debe o puede tomar su lugar.
En la segunda lectura de hoy se nos
dice,
"El Espíritu y la novia dicen:" Ven
".
Deja que el oyente diga:
"Ven".
Que el que tiene sed se adelante,
y el que lo quiera, recibe el don del
agua que da vida ".
La invitación viene de Dios y se nos
anima a aceptarla. Cuando se acepta, se nos dan todas las cosas que Dios quiere
darnos. Esta es la garantía que define nuestra relación con Dios. Todo es para
nosotros y para nuestro beneficio. Es a través de estos beneficios que podemos
experimentar nuestras vidas como Dios nos propuso que las experimentáramos. Esa
vida es la verdadera realidad de su creación y no la que la sociedad y Satanás
han creado en respuesta a ella. Aquí se nos da una opción. De pie en una
bifurcación en el camino que representa nuestra vida, hay dos caminos ante
nosotros: uno es el creado por Dios, mientras que el otro es una triste
reproducción de la creación de Dios que no está a la altura del original, que
fue la fuente de inspiración en El primer lugar. Como con todo lo demás, el
original de algo es muy superior a continuación, una copia del mismo que se
hizo.
La experiencia de una relación con Dios
y dentro de la Trinidad es única para cada uno de nosotros porque todos somos
únicos y especiales. La relación que uno tiene con Dios y dentro de la Trinidad
no se puede comparar con la de otra persona. Ninguno es superior y ninguno es
menos importante o intenso. Al final, la relación beneficia no solo al uno,
sino a todos los que están invitados y aceptan sus propias relaciones. Todos se
vuelven mutuamente exclusivos e incluyentes, todos compartimos pero lo que se
comparte es diferente y se suma a las experiencias de los demás. Es a través de
todas estas experiencias, juntas y separadas, que el Amor de Dios se realiza.
Diácono tom
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