II
Domingo Ordinario
Leccionario: 64
Primera lectura
Is 49, 3. 5-6
El Señor me dijo:“Tú eres mi siervo, Israel;
en ti manifestaré mi gloria”.
Ahora habla el Señor,
el que me formó desde el seno materno,
para que fuera su servidor,
para hacer que Jacob volviera a él
y congregar a Israel en torno suyo
–tanto así me honró el Señor
y mi Dios fue mi fuerza–.
Ahora, pues, dice el Señor:
“Es poco que seas mi siervo
sólo para restablecer a las tribus de Jacob
y reunir a los sobrevivientes de Israel;
te voy a convertir en luz de las naciones,
para que mi salvación llegue
hasta los últimos rincones de la tierra”.
Salmo Responsorial
Salmo 39, 2 y 4ab. 7-8a. 8b-9. 10
R. (8a y 9a) Aquí
estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Esperé en el Señor con gran confianza,
él se inclinó hacia mí y escuchó mis plegarias.
El me puso en la boca un canto nuevo,
un himno a nuestro Dios.
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Sacrificios y ofrendas no quisiste,
abriste, en cambio, mis oídos a tu voz.
No exigiste holocaustos por la culpa,
así que dije: “Aquí estoy”.
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
En tus libros se me ordena
hacer tu voluntad;
esto es, Señor, lo que deseo:
tu ley en medio de mi corazón.
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
He anunciado tu justicia
en la gran asamblea;
no he cerrado mis labios:
tú lo sabes, Señor.
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Esperé en el Señor con gran confianza,
él se inclinó hacia mí y escuchó mis plegarias.
El me puso en la boca un canto nuevo,
un himno a nuestro Dios.
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Sacrificios y ofrendas no quisiste,
abriste, en cambio, mis oídos a tu voz.
No exigiste holocaustos por la culpa,
así que dije: “Aquí estoy”.
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
En tus libros se me ordena
hacer tu voluntad;
esto es, Señor, lo que deseo:
tu ley en medio de mi corazón.
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
He anunciado tu justicia
en la gran asamblea;
no he cerrado mis labios:
tú lo sabes, Señor.
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Segunda lectura
1 Co 1, 1-3
Yo, Pablo, apóstol de
Jesucristo por voluntad de Dios, y Sóstenes, mi colaborador, saludamos a la
comunidad cristiana que está en Corinto. A todos ustedes, a quienes Dios
santificó en Cristo Jesús y que son su pueblo santo, así como a todos aquellos
que en cualquier lugar invocan el nombre de Cristo Jesús, Señor nuestro y Señor
de ellos, les deseo la gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y de
Cristo Jesús, el Señor.
Aclamación antes del Evangelio
Jn 1, 14. 12b
R. Aleluya, aleluya.
Aquel que es la Palabra se hizo hombre
y habitó entre nosotros.
A todos los que lo recibieron
les concedió poder llegar a ser hijos de Dios.
R. Aleluya.
Aquel que es la Palabra se hizo hombre
y habitó entre nosotros.
A todos los que lo recibieron
les concedió poder llegar a ser hijos de Dios.
R. Aleluya.
Evangelio
Jn 1, 29-34
En aquel tiempo, vio Juan el
Bautista a Jesús, que venía hacia él, y exclamó: “Éste es el Cordero de Dios,
el que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo he dicho: ‘El que
viene después de mí, tiene precedencia sobre mí, porque ya existía antes que
yo’. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua, para que él sea dado
a conocer a Israel”.
Entonces Juan dio este testimonio: “Vi al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y posarse sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que baja y se posa el Espíritu Santo, ése es el que ha de bautizar con el Espíritu Santo’. Pues bien, yo lo vi y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios”.
Entonces Juan dio este testimonio: “Vi al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y posarse sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que baja y se posa el Espíritu Santo, ése es el que ha de bautizar con el Espíritu Santo’. Pues bien, yo lo vi y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios”.
MIS HERMANOS Y HERMANAS,
La gloria de Dios se muestra a través de
nosotros. Cuanto más nos acercamos a Él, más puede ser realizado y presenciado
en nuestras vidas y en las vidas de los demás. Como cristianos, es a través de
Dios y nuestra relación con Él que podemos experimentar la verdadera alegría y
vivir una vida increíble llena de promesas y esperanza. Cada día puede ser
especial por derecho propio. Viviendo el momento, cada momento puede volverse
único así como cada uno de nosotros es único. Conducirnos correctamente nos
lleva a experimentar una vida exactamente de la manera que Dios pretendía. Si
realmente creemos que Dios es nuestro Padre y creador de todas las cosas,
entonces sería prudente escucharlo a través del uso de la Sagrada Escritura y
la oración para fortalecer nuestra relación con Él. Escuchar el bien supremo
solo puede conducir a la bondad. No hay maldad ni decepción con Dios, solo
perfección. Cuando entramos en una relación con Él, comenzamos un viaje hacia
la perfección. Nunca llegaremos realmente hasta que nos unamos a Él en la
Visión Beatífica, pero es el viaje lo que importa con la experiencia de ser
formado por Aquel que nos creó. El nuevo Israel y un nuevo cielo y tierra se realizan
a través del proceso de formación por el que pasamos cuando nos abrimos a Él.
Nos convertimos en parte del proceso porque somos parte de la creación de Dios
y nos transformamos junto con ella. Estar en el pináculo de su creación y
creado a su imagen significa que cualquier cosa que nos pase se derrama en su
creación. Nosotros, como sus hijos, nos convertimos en creadores. Con Él,
nuestras capacidades son para mejor, mientras que sin Él pueden ser mal
utilizadas para un peor resultado.
A través de Jesucristo somos
llamados a la santidad. Creados por Dios para ser santos, nos alejamos. Es
Jesús como el verdadero Pastor el que nos está llamando. Respondiendo a esta
llamada
nos lleva a Él y nuevamente en relación con el
Padre. Como Dios dice en la Sagrada Escritura: “Sé santo porque yo soy santo”.
Cuando comenzamos a restablecer nuestra relación con Dios, estas palabras
cobrarán más importancia. Son la clave de la verdadera alegría y de una vida
plena. Llegar a ser santo usando a Dios como el ejemplo a seguir significa que
nuevamente lo hemos convertido en el centro de nuestras vidas. Podremos sentir
la diferencia y experimentar vivir de una manera diferente que revelará tantas
cosas diferentes que una vez nos ocultaron nuestras propias decisiones egoístas.
Nuestras vidas ya no serán nuestras, sino que se las hemos devuelto a Dios.
Se puede decir que todos
queremos vivir una buena vida. Hay bien en todos. A veces es difícil que brille
esta bondad debido a malas experiencias, malas influencias y malas elecciones.
Nos convendría recordarnos que nadie es perfecto y que no hay límite de tiempo
para cuando podamos comprometernos a cambiar y ser sanados de las heridas que
tenemos. Estas heridas pueden ser de naturaleza física, mental o espiritual,
pero todas tienen la capacidad de abrumarnos y evitar que transformemos
nuestras vidas. Para no sobrecargarnos de ellos, debemos dejar que Dios nos
sane y nos enseñe cómo no volver a ser herido. Al mismo tiempo, no debemos ser
resistentes al proceso de curación. Si lo somos, podríamos arriesgarnos a ser
heridos nuevamente. Dios es la clave para lograr un cambio fundamental completo
y una curación. Él es la cura que nos hará fuertes nuevamente.
¿Qué más puede ofrecernos
Dios? Todo está justo delante de nosotros para tomarlo si solo elegimos
tomarlo. Podemos estar seguros de esto solo por nuestras propias experiencias.
Somos nosotros quienes podemos brindar el testimonio para nosotros y para que
todos lo escuchen, especialmente en tiempos de prueba y tribulación. La mejor manera
de descubrir la verdad es a través de la experiencia y el uso de todos nuestros
sentidos. Nuestras experiencias nos han hecho saber cómo es una vida sin una
relación con Dios. Se puede argumentar que somos algo así como expertos en ese
campo. Ahora es el momento de convertirse en otro tipo de experto. Este es uno
que tiene conocimiento de Dios y lo que ha hecho y lo que puede hacer. El
testimonio de Juan el Bautista puede convertirse en nuestro testimonio. Las
verdades de las que habló pueden convertirse en las mismas verdades que
testificamos. Podemos convertirnos en una validación de todo lo que él profesó.
Lo seguimos y luego habrá otros que nos seguirán a la Gloria Mayor de una
relación con Dios.
Diácono Tom
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