V
Domingo Ordinario
Leccionario: 75
Primera lectura
Is 6, 1-2a. 3-8
El año de la muerte del rey
Ozías, vi al Señor, sentado sobre un trono muy alto y magnífico. La orla de su
manto llenaba el templo. Había dos serafines junto a él, con seis alas cada
uno, que se gritaban el uno al otro:
“Santo, santo, santo es el Señor, Dios de los ejércitos;
su gloria llena toda la tierra”.
Temblaban las puertas al clamor de su voz y el templo se llenaba de humo. Entonces exclamé:
“¡Ay de mí!, estoy perdido,
porque soy un hombre de labios impuros,
que habito en medio de un pueblo de labios impuros,
porque he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos”.
Después voló hacia mí uno de los serafines. Llevaba en la mano una brasa, que había tomado del altar con unas tenazas. Con la brasa me tocó la boca, diciéndome:
“Mira: Esto ha tocado tus labios.
Tu iniquidad ha sido quitada
y tus pecados están perdonados”.
Escuché entonces la voz del Señor que decía: “¿A quién enviaré? ¿Quién irá de parte mía?” Yo le respondí: “Aquí estoy, Señor, envíame”.
“Santo, santo, santo es el Señor, Dios de los ejércitos;
su gloria llena toda la tierra”.
Temblaban las puertas al clamor de su voz y el templo se llenaba de humo. Entonces exclamé:
“¡Ay de mí!, estoy perdido,
porque soy un hombre de labios impuros,
que habito en medio de un pueblo de labios impuros,
porque he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos”.
Después voló hacia mí uno de los serafines. Llevaba en la mano una brasa, que había tomado del altar con unas tenazas. Con la brasa me tocó la boca, diciéndome:
“Mira: Esto ha tocado tus labios.
Tu iniquidad ha sido quitada
y tus pecados están perdonados”.
Escuché entonces la voz del Señor que decía: “¿A quién enviaré? ¿Quién irá de parte mía?” Yo le respondí: “Aquí estoy, Señor, envíame”.
Salmo Responsorial
Salmo 137, 1-2a. 2bc-3. 4-5. 7c-8.
R. (1c) Cuando te
invocamos, Señor, nos escuchaste.
De todo corazón te damos gracias,
Señor, porque escuchaste nuestros ruegos.
Te cantaremos delante de tus ángeles,
te adoraremos en tu templo.
R. Cuando te invocamos, Señor, nos escuchaste.
Señor, te damos gracias
por tu lealtad y tu amor:
siempre que te invocamos nos oíste
y nos llenaste de valor.
R. Cuando te invocamos, Señor, nos escuchaste.
Que todos los reyes de la tierra te reconozcan,
al escuchar tus prodigios.
Que alaben tus caminos,
porque tu gloria es inmensa.
R. Cuando te invocamos, Señor, nos escuchaste.
Tu mano, Señor, nos podrá a salvo,
y así concluirás en nosotros tu obra.
Señor, tu amor perdura eternamente;
obra tuya soy, no me abandones.
R. Cuando te invocamos, Señor, nos escuchaste.
De todo corazón te damos gracias,
Señor, porque escuchaste nuestros ruegos.
Te cantaremos delante de tus ángeles,
te adoraremos en tu templo.
R. Cuando te invocamos, Señor, nos escuchaste.
Señor, te damos gracias
por tu lealtad y tu amor:
siempre que te invocamos nos oíste
y nos llenaste de valor.
R. Cuando te invocamos, Señor, nos escuchaste.
Que todos los reyes de la tierra te reconozcan,
al escuchar tus prodigios.
Que alaben tus caminos,
porque tu gloria es inmensa.
R. Cuando te invocamos, Señor, nos escuchaste.
Tu mano, Señor, nos podrá a salvo,
y así concluirás en nosotros tu obra.
Señor, tu amor perdura eternamente;
obra tuya soy, no me abandones.
R. Cuando te invocamos, Señor, nos escuchaste.
Segunda Lectura
1 Cor 15, 1-11
Hermanos:
Les recuerdo el Evangelio que yo les prediqué y que ustedes aceptaron y en el
cual están firmes. Este Evangelio los salvará, si lo cumplen tal y como yo lo
prediqué. De otro modo, habrán creído en vano.
Les transmití, ante todo, lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, como dicen las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según estaba escrito; que se le apareció a Pedro y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos reunidos, la mayoría de los cuales vive aún y otros ya murieron. Más tarde se le apareció a Santiago y luego a todos los apóstoles.
Finalmente, se me apareció también a mí, que soy como un aborto. Porque yo perseguí a la Iglesia de Dios y por eso soy el último de los apóstoles e indigno de llamarme apóstol. Sin embargo, por la gracia de Dios, soy lo que soy, y su gracia no ha sido estéril en mí; al contrario, he trabajado más que todos ellos, aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios, que está conmigo. De cualquier manera, sea yo, sean ellos, esto es lo que nosotros predicamos y esto mismo lo que ustedes han creído.
Les transmití, ante todo, lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, como dicen las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según estaba escrito; que se le apareció a Pedro y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos reunidos, la mayoría de los cuales vive aún y otros ya murieron. Más tarde se le apareció a Santiago y luego a todos los apóstoles.
Finalmente, se me apareció también a mí, que soy como un aborto. Porque yo perseguí a la Iglesia de Dios y por eso soy el último de los apóstoles e indigno de llamarme apóstol. Sin embargo, por la gracia de Dios, soy lo que soy, y su gracia no ha sido estéril en mí; al contrario, he trabajado más que todos ellos, aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios, que está conmigo. De cualquier manera, sea yo, sean ellos, esto es lo que nosotros predicamos y esto mismo lo que ustedes han creído.
O bien:
I Cor 15, 3-8. 11
Hermanos: Les transmití, ante todo, lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, como dicen las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según estaba escrito; que se le apareció a Pedro y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos reunidos, la mayoría de los cuales vive aún y otros ya murieron. Más tarde se le apareció a Santiago y luego a todos los apóstoles.
Finalmente, se me apareció también a mí, que soy como un aborto. De cualquier manera, sea yo, sean ellos, esto es lo que nosotros predicamos y esto mismo lo que ustedes han creído.
Aclamación antes del Evangelio
Mt 4, 19
R. Aleluya, aleluya.
Síganme, dice el Señor,
y yo los haré pescadores de hombres.
R. Aleluya.
Síganme, dice el Señor,
y yo los haré pescadores de hombres.
R. Aleluya.
Evangelio
Lc 5, 1-11
En aquel tiempo, Jesús estaba
a orillas del lago de Genesaret y la gente se agolpaba en torno suyo para oír
la palabra de Dios. Jesús vio dos barcas que estaban junto a la orilla. Los
pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió Jesús a una
de las barcas, la de Simón, le pidió que la alejara un poco de tierra, y
sentado en la barca, enseñaba a la multitud.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar”. Simón replicó: “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada; pero, confiado en tu palabra, echaré las redes”. Así lo hizo y cogieron tal cantidad de pescados, que las redes se rompían. Entonces hicieron señas a sus compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a ayudarlos. Vinieron ellos y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús y le dijo: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!” Porque tanto él como sus compañeros estaban llenos de asombro al ver la pesca que habían conseguido. Lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Entonces Jesús le dijo a Simón: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Luego llevaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar”. Simón replicó: “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada; pero, confiado en tu palabra, echaré las redes”. Así lo hizo y cogieron tal cantidad de pescados, que las redes se rompían. Entonces hicieron señas a sus compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a ayudarlos. Vinieron ellos y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús y le dijo: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!” Porque tanto él como sus compañeros estaban llenos de asombro al ver la pesca que habían conseguido. Lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Entonces Jesús le dijo a Simón: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Luego llevaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
MIS HERMANOS Y HERMANAS,
Es sorprendente cómo una relación con
Jesucristo puede poner muchas cosas en perspectiva. Es uno de los regalos que
se nos dan cuando entregamos nuestra voluntad a Él y nos abrimos a una relación
con Él. Se revela una nueva forma de ver las cosas y se nos muestra lo que es
verdaderamente importante. La lectura del Evangelio enfatiza este punto a
través de las acciones de Pedro. Imagínese el valor de los peces que fueron
capturados cuando se le indicó que arrojara las redes al agua después de
trabajar todo el día sin nada que mostrar. Dos botes estaban completamente
llenos de peces, pero Pedro pudo ver más allá de eso y ver qué significaba el
milagro en relación con las palabras que Jesús estaba profesando ese mismo día
en las orillas del lago. Pedro sabía que estaba en presencia del Mesías y sabía
quién era él en comparación con la grandeza de Jesús: un pecador y no digno de
salvación. Sin embargo, Jesús le reveló a Pedro que en su indignidad era donde
debía revelarse su propia grandeza. Pedro, Santiago y Juan fueron llamados como
lo fueron: pecadores y no dignos de lo que fueron llamados a hacer. Ellos
respondieron abandonando todo lo que tenían para seguir a Jesús.
Nadie es digno del amor que
Dios tiene para nosotros. Es puro y perfecto mientras estamos sucios y
quebrados. Este amor nunca se gana. Se ofrece gratuitamente. Cuando aceptamos
lo que se nos ofrece es cuando las cosas en nuestras vidas comienzan a cambiar.
Estar en presencia de algo tan bello y puro puede al principio causar miedo y
nerviosismo; Habrá momentos de incomodidad y vergüenza porque la experiencia
puede ser nueva para nosotros y algo a lo que no estamos acostumbrados.
Nuestros viejos hábitos y tentaciones de la carne harán que tengamos dudas y
nos insten a regresar a nuestra zona de comodidad, que incluye comportamientos
egoístas y tal vez incluso alejarnos de Él. Incluso podemos convencernos de que
la verdadera felicidad radica en no cambiar, sino en volver a lo que mejor
conocemos: vivir por el momento y vivir en pecado sin conocer a Dios. El
desafío aquí es comprometerse a explorar este nuevo sentimiento que nos está
llamando.
A diferencia de los placeres
de la carne, los placeres de una relación con Dios no nos dejarán vacíos. En
cambio, tenemos la capacidad de ser transformados y sanados todos los días a través
de reconocer su presencia y experimentarla viviendo con ella. Su presencia es
el amor puro que nos creó y lo que finalmente nos redimirá si solo permitimos
que haga su trabajo. Todos los que están leyendo las Sagradas Escrituras y
estas palabras que se han escrito están buscando algo, incluido el que escribió
estas palabras: yo. Nos guste o no, eso significa que todos estamos explorando
esta relación con Dios y lo que significa para nosotros. No hay otra razón
plausible por la que todos estemos unidos en este momento en el tiempo con
Dios. Él está con nosotros y está trabajando a través de nosotros ahora mismo.
Esto en sí mismo muestra progreso. Podría decirse que todos podríamos estar
haciendo otra cosa en este momento, pero elegimos estar aquí. Diferentes
personas pueden dar diferentes razones para ser parte de este momento, pero
todavía es un momento compartido con una cosa en común: Dios es el sujeto y la
presencia de Su amor. Lo que se ha escrito y lo que se lee es secundario al
hecho de que todos nos hemos reunido para ejercer una relación con él.
Cualquier otra cosa que se obtenga será única para el individuo, pero también
contribuirá a toda la comunidad.
En la Lectura de las
Escrituras de hoy, la experiencia de Isaías con Dios fue, al principio,
personal, donde su testimonio de lo que era perfecto lo afectó de manera
personal. Fue testigo de la grandeza y perfección de Dios. Al principio, se dio
cuenta de su imperfección en comparación con la perfección de Dios; Su
indignidad y la indignidad de todo lo que Dios creó en comparación con el
creador. Fue entonces, a través de su infortunado estado, que la experiencia lo
transformó en una mejor versión de sí mismo en la que se vio envuelto en una
relación con Dios. Sus imperfecciones se curaron y, a través de la experiencia
de lo perfecto, él tampoco pudo evitar comenzar su propio viaje hacia la
perfección. Nosotros también somos capaces de esta experiencia con el perfecto.
Comienza siendo un testigo de la grandeza de Dios y dejándolo entrar. Aunque nos
sintamos vulnerables e incómodos con esto al principio, es a través del
compromiso y el ejercicio constante de nuestra relación con Dios que se vuelve
más cómodo. La incomodidad y la indignidad pasarán y solo quedará el amor.
Una relación con Jesucristo puede
comenzar con la realización de nuestras fallas y defectos. Hay muchos que ni
siquiera le dan una oportunidad a Jesucristo hasta que no tienen nada más que
perder. Seguro que no termina así. La promesa que Jesucristo nos hace es que
estaremos mejor a través de una relación con él. Dondequiera que estemos en
nuestras vidas no importa. Es con Jesucristo que nos elevaremos más y seremos
mejores hombres y mujeres a través de la Experiencia de Cristo. El
levantamiento nunca se detendrá hasta que nos unamos completamente con Él.
Diácono tom
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