IV Domingo de Cuaresma
Leccionario: 31
Primera lectura
1 Sm 16, 1b. 6-7. 10-13a
En aquellos días, dijo el Señor a Samuel: “Ve a la
casa de Jesé, en Belén, porque de entre sus hijos me he escogido un rey. Llena,
pues, tu cuerno de aceite para ungirlo y vete”.
Cuando llegó Samuel a Belén y vio a Eliab, el hijo mayor de Jesé, pensó: “Éste es, sin duda, el que voy a ungir como rey”. Pero el Señor le dijo: “No te dejes impresionar por su aspecto ni por su gran estatura, pues yo lo he descartado, porque yo no juzgo como juzga el hombre. El hombre se fija en las apariencias, pero el Señor se fija en los corazones”.
Así fueron pasando ante Samuel siete de los hijos de Jesé; pero Samuel dijo: “Ninguno de éstos es el elegido del Señor”. Luego le preguntó a Jesé: “¿Son éstos todos tus hijos?” Él respondió: “Falta el más pequeño, que está cuidando el rebaño”. Samuel le dijo: “Hazlo venir, porque no nos sentaremos a comer hasta que llegue”. Y Jesé lo mandó llamar.
El muchacho era rubio, de ojos vivos y buena presencia. Entonces el Señor dijo a Samuel: “Levántate y úngelo, porque éste es”. Tomó Samuel el cuerno con el aceite y lo ungió delante de sus hermanos. A partir de aquel día, el espíritu del Señor estuvo con David.
Cuando llegó Samuel a Belén y vio a Eliab, el hijo mayor de Jesé, pensó: “Éste es, sin duda, el que voy a ungir como rey”. Pero el Señor le dijo: “No te dejes impresionar por su aspecto ni por su gran estatura, pues yo lo he descartado, porque yo no juzgo como juzga el hombre. El hombre se fija en las apariencias, pero el Señor se fija en los corazones”.
Así fueron pasando ante Samuel siete de los hijos de Jesé; pero Samuel dijo: “Ninguno de éstos es el elegido del Señor”. Luego le preguntó a Jesé: “¿Son éstos todos tus hijos?” Él respondió: “Falta el más pequeño, que está cuidando el rebaño”. Samuel le dijo: “Hazlo venir, porque no nos sentaremos a comer hasta que llegue”. Y Jesé lo mandó llamar.
El muchacho era rubio, de ojos vivos y buena presencia. Entonces el Señor dijo a Samuel: “Levántate y úngelo, porque éste es”. Tomó Samuel el cuerno con el aceite y lo ungió delante de sus hermanos. A partir de aquel día, el espíritu del Señor estuvo con David.
Salmo Responsorial
Salmo 22, 1-3a, 3b-4. 5. 6
R. (1) El Señor es mi pastor, nade me
faltará.
El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace reposar
y hacia fuentes tranquilas me conduce
para reparar mis fuerzas.
R. El Señor es mi pastor, nade me faltará.
Por ser un Dios fiel a sus promesas,
me guía por el sendero recto;
así, aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú estás conmigo.
Tu vara y tu cayado me dan seguridad.
R. El Señor es mi pastor, nade me faltará.
Tú mismo me preparas la mesa,
a despecho de mis adversarios;
me unges la cabeza con perfume
y llenas mi copa hasta los bordes.
R. El Señor es mi pastor, nade me faltará.
Tu bondad y tu misericordia me acompañarán
todos los días de mi vida;
y viviré en la casa del Señor
por años sin término.
R. El Señor es mi pastor, nade me faltará.
El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace reposar
y hacia fuentes tranquilas me conduce
para reparar mis fuerzas.
R. El Señor es mi pastor, nade me faltará.
Por ser un Dios fiel a sus promesas,
me guía por el sendero recto;
así, aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú estás conmigo.
Tu vara y tu cayado me dan seguridad.
R. El Señor es mi pastor, nade me faltará.
Tú mismo me preparas la mesa,
a despecho de mis adversarios;
me unges la cabeza con perfume
y llenas mi copa hasta los bordes.
R. El Señor es mi pastor, nade me faltará.
Tu bondad y tu misericordia me acompañarán
todos los días de mi vida;
y viviré en la casa del Señor
por años sin término.
R. El Señor es mi pastor, nade me faltará.
Segunda Lectura
Ef 5, 8-14
Hermanos: En otro tiempo ustedes fueron tinieblas,
pero ahora, unidos al Señor, son luz. Vivan, por lo tanto, como hijos de la
luz. Los frutos de la luz son la bondad, la santidad y la verdad. Busquen lo
que es agradable al Señor y no tomen parte en las obras estériles de los que
son tinieblas.
Al contrario, repruébenlas abiertamente; porque, si bien las cosas que ellos hacen en secreto da vergüenza aun mencionarlas, al ser reprobadas abiertamente, todo queda en claro, porque todo lo que es iluminado por la luz se convierte en luz.
Por eso se dice: Despierta, tú que duermes; levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.
Al contrario, repruébenlas abiertamente; porque, si bien las cosas que ellos hacen en secreto da vergüenza aun mencionarlas, al ser reprobadas abiertamente, todo queda en claro, porque todo lo que es iluminado por la luz se convierte en luz.
Por eso se dice: Despierta, tú que duermes; levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.
Aclamación antes del Evangelio
Jn 8, 12b
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Yo soy la luz del mundo, dice el Señor;
el que me sigue tendrá la luz de la vida.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Yo soy la luz del mundo, dice el Señor;
el que me sigue tendrá la luz de la vida.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Evangelio
Jn 9, 1-41
En aquel tiempo, Jesús vio al pasar a un ciego de
nacimiento, y sus discípulos le preguntaron: “Maestro, ¿quién pecó para que
éste naciera ciego, él o sus padres?” Jesús respondió: “Ni él pecó, ni tampoco
sus padres. Nació así para que en él se manifestaran las obras de Dios. Es
necesario que yo haga las obras del que me envió, mientras es de día, porque
luego llega la noche y ya nadie puede trabajar. Mientras esté en el mundo, yo
soy la luz del mundo”.
Dicho esto, escupió en el suelo, hizo lodo con la saliva, se lo puso en los ojos al ciego y le dijo: “Ve a lavarte en la piscina de Siloé” (que significa ‘Enviado’). Él fue, se lavó y volvió con vista.
Entonces los vecinos y los que lo habían visto antes pidiendo limosna, preguntaban: “¿No es éste el que se sentaba a pedir limosna?” Unos decían: “Es el mismo”. Otros: “No es él, sino que se le parece”. Pero él decía: “Yo soy”. Y le preguntaban: “Entonces, ¿cómo se te abrieron los ojos?” Él les respondió: “El hombre que se llama Jesús hizo lodo, me lo puso en los ojos y me dijo: ‘Ve a Siloé y lávate’. Entonces fui, me lavé y comencé a ver”. Le preguntaron: “¿En dónde está él?” Les contestó: “No lo sé”.
Llevaron entonces ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día en que Jesús hizo lodo y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaron cómo había adquirido la vista. Él les contestó: “Me puso lodo en los ojos, me lavé y veo”. Algunos de los fariseos comentaban: “Ese hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado”. Otros replicaban: “¿Cómo puede un pecador hacer semejantes prodigios?” Y había división entre ellos. Entonces volvieron a preguntarle al ciego: “Y tú, ¿qué piensas del que te abrió los ojos?” Él les contestó: “Que es un profeta”.
Pero los judíos no creyeron que aquel hombre, que había sido ciego, hubiera recobrado la vista. Llamaron, pues, a sus padres y les preguntaron: “¿Es éste su hijo, del que ustedes dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?” Sus padres contestaron: “Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego. Cómo es que ahora ve o quién le haya dado la vista, no lo sabemos. Pregúntenselo a él; ya tiene edad suficiente y responderá por sí mismo”. Los padres del que había sido ciego dijeron esto por miedo a los judíos, porque éstos ya habían convenido en expulsar de la sinagoga a quien reconociera a Jesús como el Mesías. Por eso sus padres dijeron: ‘Ya tiene edad; pregúntenle a él’.
Llamaron de nuevo al que había sido ciego y le dijeron: “Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es pecador”. Contestó él: “Si es pecador, yo no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo”. Le preguntaron otra vez: “¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?” Les contestó: “Ya se lo dije a ustedes y no me han dado crédito. ¿Para qué quieren oírlo otra vez? ¿Acaso también ustedes quieren hacerse discípulos suyos?” Entonces ellos lo llenaron de insultos y le dijeron: “Discípulo de ése lo serás tú. Nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios. Pero ése, no sabemos de dónde viene”.
Replicó aquel hombre: “Es curioso que ustedes no sepan de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero al que lo teme y hace su voluntad, a ése sí lo escucha. Jamás se había oído decir que alguien abriera los ojos a un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder”. Le replicaron: “Tú eres puro pecado desde que naciste, ¿cómo pretendes darnos lecciones?” Y lo echaron fuera.
Supo Jesús que lo habían echado fuera, y cuando lo encontró, le dijo: “¿Crees tú en el Hijo del hombre?” Él contestó: “¿Y quién es, Señor, para que yo crea en él?” Jesús le dijo: “Ya lo has visto; el que está hablando contigo, ése es”. Él dijo: “Creo, Señor”. Y postrándose, lo adoró.
Entonces le dijo Jesús: “Yo he venido a este mundo para que se definan los campos: para que los ciegos vean, y los que ven queden ciegos”. Al oír esto, algunos fariseos que estaban con él le preguntaron: “¿Entonces también nosotros estamos ciegos?” Jesús les contestó: “Si estuvieran ciegos, no tendrían pecado; pero como dicen que ven, siguen en su pecado”.
Dicho esto, escupió en el suelo, hizo lodo con la saliva, se lo puso en los ojos al ciego y le dijo: “Ve a lavarte en la piscina de Siloé” (que significa ‘Enviado’). Él fue, se lavó y volvió con vista.
Entonces los vecinos y los que lo habían visto antes pidiendo limosna, preguntaban: “¿No es éste el que se sentaba a pedir limosna?” Unos decían: “Es el mismo”. Otros: “No es él, sino que se le parece”. Pero él decía: “Yo soy”. Y le preguntaban: “Entonces, ¿cómo se te abrieron los ojos?” Él les respondió: “El hombre que se llama Jesús hizo lodo, me lo puso en los ojos y me dijo: ‘Ve a Siloé y lávate’. Entonces fui, me lavé y comencé a ver”. Le preguntaron: “¿En dónde está él?” Les contestó: “No lo sé”.
Llevaron entonces ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día en que Jesús hizo lodo y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaron cómo había adquirido la vista. Él les contestó: “Me puso lodo en los ojos, me lavé y veo”. Algunos de los fariseos comentaban: “Ese hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado”. Otros replicaban: “¿Cómo puede un pecador hacer semejantes prodigios?” Y había división entre ellos. Entonces volvieron a preguntarle al ciego: “Y tú, ¿qué piensas del que te abrió los ojos?” Él les contestó: “Que es un profeta”.
Pero los judíos no creyeron que aquel hombre, que había sido ciego, hubiera recobrado la vista. Llamaron, pues, a sus padres y les preguntaron: “¿Es éste su hijo, del que ustedes dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?” Sus padres contestaron: “Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego. Cómo es que ahora ve o quién le haya dado la vista, no lo sabemos. Pregúntenselo a él; ya tiene edad suficiente y responderá por sí mismo”. Los padres del que había sido ciego dijeron esto por miedo a los judíos, porque éstos ya habían convenido en expulsar de la sinagoga a quien reconociera a Jesús como el Mesías. Por eso sus padres dijeron: ‘Ya tiene edad; pregúntenle a él’.
Llamaron de nuevo al que había sido ciego y le dijeron: “Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es pecador”. Contestó él: “Si es pecador, yo no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo”. Le preguntaron otra vez: “¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?” Les contestó: “Ya se lo dije a ustedes y no me han dado crédito. ¿Para qué quieren oírlo otra vez? ¿Acaso también ustedes quieren hacerse discípulos suyos?” Entonces ellos lo llenaron de insultos y le dijeron: “Discípulo de ése lo serás tú. Nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios. Pero ése, no sabemos de dónde viene”.
Replicó aquel hombre: “Es curioso que ustedes no sepan de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero al que lo teme y hace su voluntad, a ése sí lo escucha. Jamás se había oído decir que alguien abriera los ojos a un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder”. Le replicaron: “Tú eres puro pecado desde que naciste, ¿cómo pretendes darnos lecciones?” Y lo echaron fuera.
Supo Jesús que lo habían echado fuera, y cuando lo encontró, le dijo: “¿Crees tú en el Hijo del hombre?” Él contestó: “¿Y quién es, Señor, para que yo crea en él?” Jesús le dijo: “Ya lo has visto; el que está hablando contigo, ése es”. Él dijo: “Creo, Señor”. Y postrándose, lo adoró.
Entonces le dijo Jesús: “Yo he venido a este mundo para que se definan los campos: para que los ciegos vean, y los que ven queden ciegos”. Al oír esto, algunos fariseos que estaban con él le preguntaron: “¿Entonces también nosotros estamos ciegos?” Jesús les contestó: “Si estuvieran ciegos, no tendrían pecado; pero como dicen que ven, siguen en su pecado”.
Mis hermanos y hermanas,
Dios no juzga a las personas por su apariencia o sus altas posiciones dentro de la sociedad. Aun cuando uno pueda ser respetado y considerado en alta estima por la sociedad, no significa que Dios sienta lo mismo por un individuo en particular. Las riquezas y el poder que uno puede obtener mientras viven su vida no tiene relación directa con lo que esa persona recibirá de Dios o el tipo de relación que pueda tener con él. De hecho, lo contrario es cierto. La menor estima que uno tiene ante los ojos de la sociedad abre una mayor oportunidad de que él o ella pueda estar listo para una relación especial con Dios. Dios hace esto evidente a lo largo de las Sagradas Escrituras al elevar a individuos de menor importancia y estatus inferior a las alturas más altas. Es a través de Dios que estas personas logran la mejor de las cosas sin importar de dónde vinieron o lo que hicieron anteriormente. Esto sirve como un recordatorio constante de quiénes somos sin Dios y de lo que podemos llegar a ser si aceptamos lo que Él está ofreciendo: una experiencia compartida de Su amor.
El rey David es un ejemplo perfecto de esto. Él era el más joven de los hijos de Jesse y ni siquiera fue invitado a la fiesta. En su lugar, se le ordenó que cuidara las ovejas, mientras que el resto de la familia asistió al evento. No había ninguna expectativa de que se lo extrañara. En lugar de estar orgulloso de su hijo menor, Jesse lo despidió y lo relegó al trabajo más bajo de la casa. Era un trabajo que un miembro de una familia prestigiosa ni siquiera esperaría hacer. Sin embargo, esto fue lo que Dios eligió para dirigir el Reino de Israel. Esto fue lo que Dios eligió ungir. Lo que Dios vio en David a todos los demás se perdió porque todos los demás, incluido Jesse, juzgaron a David por los términos humanos y no por lo divino, que solo está reservado para Dios. Dios se llevó a David y luego, a través de su presencia y la disposición de David, lo convirtió en lo que Dios quería que fuera.
Todos estamos invitados a esa misma relación con Dios. Se nos insta a dejar atrás todo lo que sabemos y comenzar de nuevo nuestras vidas con Dios. El pasado se convierte en pasado y no cobra importancia mientras nos abrimos a una experiencia transformadora con Dios. El pasado nos ha dado forma y nos ha dado sabiduría que nos ha llevado a Dios, pero no tiene poder para definirnos cuando se trata de una relación con Dios y lo que podemos lograr a través de Él. Es a través de Dios que nos convertimos en nuevas creaciones y nuestro antiguo ser desaparece.
El apóstol Pablo explica en su carta de hoy cómo todos estuvimos una vez en la oscuridad, pero ahora vivimos en la luz. Vivir en la luz significa que la oscuridad se ha ido y todo lo que se hizo allí ha desaparecido con ella. Nuestro único desafío ahora es permanecer en la luz y no regresar a la oscuridad. Lo que se hizo en la oscuridad ha muerto porque ha sido expuesto a la luz. Solo nosotros tenemos el poder y la capacidad de traer todo de vuelta a través de nuestras acciones y elecciones que no incluyen a Jesús en la ecuación. Mientras todo se haga a través de, por, y con Jesucristo, entonces no hay posibilidad de que la oscuridad regrese. Sí, luchamos con las tentaciones que nos pueden atraer allí, pero Jesús está con nosotros; Listo y dispuesto a ofrecer su ayuda.
Vivir una vida con Jesucristo puede ser desafiante de muchas maneras, especialmente cuando nos enfrentamos a tentaciones y elecciones que tienen su origen en nuestros comportamientos no influenciados por Jesús. Estos siempre estarán presentes; pidiéndonos que regresemos a nuestras vidas anteriores. Pero ahora somos poseedores de una verdad superior y una conciencia superior que tiene la capacidad de poner las cosas en perspectiva. Habrá gente que será crítica de nosotros; recordando las cosas que hicimos antes de ser levantados por Jesús y ser llamados a un propósito superior. No podrán llegar a un acuerdo con la persona que conocían anteriormente y con la persona que somos ahora. Serán rápidos para juzgar y buscarán cualquier indicio de que no estamos siendo fieles a nosotros mismos. Por lo general, aquellos que son rápidos para juzgar y condenar son los que temen mirarse a sí mismos o no comprenden realmente quién es Jesucristo y el poder que Él manda. Ellos son los que podrían estar enfermos y necesitan ser orados por ellos.
Nadie es perfecto, excepto el mismo Dios. Lo mejor que podemos esperar es la Revelación Divina para guiarnos y la presencia del amor de Dios para hacernos mejores hombres y mujeres. Es a través de la aceptación de Jesucristo en nuestros corazones y de amarlo con todo nuestro corazón, alma, mente y cuerpo que podemos disfrutar el proceso de cambio y la recepción de su sabiduría diariamente. Entonces podemos experimentar la verdadera alegría y esperar siempre que vengan cosas mayores.
Diácono tom
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