DEACON TOM ANTHONY

Sunday, March 29, 2020






V Domingo de Cuaresma
Leccionario: 34


Primera lectura

Ez 37, 12-14
Esto dice el Señor Dios: “Pueblo mío, yo mismo abriré sus sepulcros, los haré salir de ellos y los conduciré de nuevo a la tierra de Israel.
Cuando abra sus sepulcros y los saque de ellos, pueblo mío, ustedes dirán que yo soy el Señor.
Entonces les infundiré mi espíritu y vivirán, los estableceré en su tierra y ustedes sabrán que yo, el Señor, lo dije y lo cumplí”.


Salmo Responsorial

Salmo 129, 1-2. 3-4ab. 4c-6. 7-8
R. (7) Perdónanos, Señor, y viviremos.
Desde el abismo de mis pecados clamo a ti;
Señor, escucha mi clamor;
que estén atentos tus oídos
a mi voz suplicante.
R. Perdónanos, Señor, y viviremos.
Si conservaras el recuerdo de las culpas,
¿quién habría, Señor, que se salvara?
Pero de ti procede el perdón,
por eso con amor te veneramos.
R. Perdónanos, Señor, y viviremos.
Confío en el Señor,
mi alma espera y confía en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
mucho más que la aurora el centinela.
R. Perdónanos, Señor, y viviremos.
Como aguarda a la aurora el centinela,
aguarde Israel al Señor,
porque del Señor viene la misericordia
y la abundancia de la redención,
y él redimirá a su pueblo
de todos sus iniquidades.
R. Perdónanos, Señor, y viviremos.


Segunda lectura

Rm 8, 8-11
Hermanos: Los que viven en forma desordenada y egoísta no pueden agradar a Dios. Pero ustedes no llevan esa clase de vida, sino una vida conforme al Espíritu, puesto que el Espíritu de Dios habita verdaderamente en ustedes.
Quien no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo. En cambio, si Cristo vive en ustedes, aunque su cuerpo siga sujeto a la muerte a causa del pecado, su espíritu vive a causa de la actividad salvadora de Dios.
Si el Espíritu del Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos, habita en ustedes, entonces el Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos, también les dará vida a sus cuerpos mortales, por obra de su Espíritu, que habita en ustedes.


Aclamación antes del Evangelio

Jn 11, 25. 26
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Yo soy la resurrección y la vida, dice el Señor;
el que cree en mí no morirá para siempre.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.


Evangelio

Jn 11, 1-45
En aquel tiempo, se encontraba enfermo Lázaro, en Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta. María era la que una vez ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera. El enfermo era su hermano Lázaro. Por eso las dos hermanas le mandaron decir a Jesús: “Señor, el amigo a quien tanto quieres está enfermo”.
Al oír esto, Jesús dijo: “Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”.
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando se enteró de que Lázaro estaba enfermo, se detuvo dos días más en el lugar en que se hallaba. Después dijo a sus discípulos: “Vayamos otra vez a Judea”. Los discípulos le dijeron: “Maestro, hace poco que los judíos querían apedrearte, ¿y tú vas a volver allá?” Jesús les contestó: “¿Acaso no tiene doce horas el día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque le falta la luz”.
Dijo esto y luego añadió: “Lázaro, nuestro amigo, se ha dormido; pero yo voy ahora a despertarlo”. Entonces le dijeron sus discípulos: “Señor, si duerme, es que va a sanar”. Jesús hablaba de la muerte, pero ellos creyeron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús les dijo abiertamente: “Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, para que crean. Ahora, vamos allá”. Entonces Tomás, por sobrenombre el Gemelo, dijo a los demás discípulos: “Vayamos también nosotros, para morir con él”.
Cuando llegó Jesús, Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania quedaba cerca de Jerusalén, como a unos dos kilómetros y medio, y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para consolarlas por la muerte de su hermano. Apenas oyó Marta que Jesús llegaba, salió a su encuentro; pero María se quedó en casa. Le dijo Marta a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aun ahora estoy segura de que Dios te concederá cuanto le pidas”. Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará”. Marta respondió: “Ya sé que resucitará en la resurrección del último día”. Jesús le dijo: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto?” Ella le contestó: “Sí, Señor. Creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”.
Después de decir estas palabras, fue a buscar a su hermana María y le dijo en voz baja: “Ya vino el Maestro y te llama”. Al oír esto, María se levantó en el acto y salió hacia donde estaba Jesús, porque él no había llegado aún al pueblo, sino que estaba en el lugar donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con María en la casa, consolándola, viendo que ella se levantaba y salía de prisa, pensaron que iba al sepulcro para llorar allí y la siguieron.
Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo, se echó a sus pies y le dijo: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano”. Jesús, al verla llorar y al ver llorar a los judíos que la acompañaban, se conmovió hasta lo más hondo y preguntó: “¿Dónde lo han puesto?” Le contestaron: “Ven, Señor, y lo verás”. Jesús se puso a llorar y los judíos comentaban: “De veras ¡cuánto lo amaba!” Algunos decían: “¿No podía éste, que abrió los ojos al ciego de nacimiento, hacer que Lázaro no muriera?”
Jesús, profundamente conmovido todavía, se detuvo ante el sepulcro, que era una cueva, sellada con una losa. Entonces dijo Jesús: “Quiten la losa”. Pero Marta, la hermana del que había muerto, le replicó: “Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días”. Le dijo Jesús: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?” Entonces quitaron la piedra.
Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo ya sabía que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho a causa de esta muchedumbre que me rodea, para que crean que tú me has enviado”. Luego gritó con voz potente: “¡Lázaro, sal de allí!” Y salió el muerto, atados con vendas las manos y los pies, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: “Desátenlo, para que pueda andar”.
Muchos de los judíos que habían ido a casa de Marta y María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

MIS HERMANOS Y HERMANAS,

 Por lo general, las reflexiones y las homilías que escribo todos los domingos tienen una base construida sobre aquellos a los que ministra principalmente: aquellos detrás del muro. Durante más de nueve años, esto ha sido fundamental para mi ministerio y todo lo que ha implicado mi ministerio ha surgido de esas Verdaderas Ovejas Perdidas a las que estoy tan profundamente apegado física, mental y espiritualmente. Realmente son mis hermanos espirituales y miembros de mi familia; cada uno de ellos. Hoy me encuentro separado de ellos y de los voluntarios que desinteresadamente dan su tiempo y sus corazones a las dos comunidades olvidadas en MCI Concord y el Centro Correccional del Nordeste. A pesar de que esto puede parecer un desafío para mí, los voluntarios, y para las personas en las comunidades a las que servimos, también presenta una oportunidad única de tomar nuestras Cruces Cuaresmales y seguir adelante con el entendimiento de que nada puede separarnos excepto nosotros mismos y La tentación de no vivir sobre la vida de fe en circunstancias difíciles.

Hace unas semanas, un voluntario me mencionó que cada vez que salía de la prisión después de dirigir un programa, se sentiría mal por los reclusos porque sabía que no podían irse a casa, pero él sí. Aunque este fue el caso, no pudo comprender completamente la realidad de su situación hasta que sus propios movimientos se vieron severamente limitados debido al Virus Corona. De repente, se encontró en una situación muy similar a las personas a las que ministraba: ya no tenía total libertad de movimiento y se le dijo dónde podía ir y dónde no podía ir. Se convirtió en un momento espiritual para él, ya que se le reveló una nueva realidad para las personas con las que tiene un vínculo espiritual. Fue una observación reflexiva que también me ha impactado de una manera que no esperaba. Hay momentos en que me gusta retirarme y estar solo con Dios. También hay momentos en que me gusta hacer cosas solo y para mí mismo. Estos son tiempos y cosas en las que estoy acostumbrado a dictar la programación según mis necesidades, deseos y deseos. Durante la semana pasada, ese no ha sido el caso. Al igual que aquellos a quienes ministro, ahora encuentro que mis horarios y movimientos están controlados por personas distintas a mí y circunstancias sobre las que no tengo control. Me he convertido en una especie de prisionero. Todos somos prisioneros en esta situación y nos hemos encontrado en una situación y circunstancia fuera de nuestro control. Es aquí donde podemos encontrarnos con un tipo de sufrimiento que puede beneficiarnos espiritualmente mientras nos acerca a Jesucristo.

Nosotros, como cristianos, somos alentados a tomar cualquier cosa que experimentemos y situación y aplicarla a nuestra fe; dejando que influya en nuestra relación con Jesucristo. De esta manera, nada se convierte en un problema u obstáculo, sino en una oportunidad para enriquecer nuestras vidas. La adversidad nos hace más fuertes y nos enseña a confiar en Jesucristo. Como seres humanos, tendemos a querer buscar soluciones y resolver problemas por nosotros mismos. Jesucristo nos enseña que tener fe en Él es más importante y que rendirse a Él; confiar en Él es el primer paso para aceptar su voluntad por encima de la nuestra. Se convierte en lo que Él quiere y no en lo que nosotros queremos. Con esa perspectiva, podemos entrar en cualquier situación con el entendimiento de que seremos mejores por eso. No hay fracaso No hay parodia. Solo hay crecimiento.

Aquí todos somos hijos de Dios unidos en este sufrimiento durante la temporada de Cuaresma. El mundo entero es prisionero de algún tipo para este enemigo sin rostro que tiene la capacidad de destruir economías, causar enfermedades y causar la muerte. Para cuando se elimine el virus Corona, habrá tocado la vida de todos los seres vivos del mundo. Sí, eso es malo de alguna manera, pero en realidad hay algo bueno escondido allí. Todos estamos de un lado teniendo los mismos pensamientos y sentimientos. Nadie está exento. Todas las rutinas y estilos de vida han sido interrumpidos de alguna manera y todos están sufriendo. Como cristianos debemos sufrir porque Cristo sufrió por nosotros. Es a través del sufrimiento que se encuentra una gracia muy especial. Se convierte en un factor unificador que produce una nueva vida a través, por y en Jesucristo. Aunque el mundo está sufriendo, está sufriendo juntos y tiene la oportunidad de acercarse a Jesucristo. Ese es todo el propósito de una Cruz Cuaresmal y aquí tenemos una que todos podemos llevar juntos.

Nuestro tiempo encarcelado puede usarse como tiempo para orar por aquellos con quienes estamos sufriendo y a los que ministramos. Estamos en un exilio forzado que elimina todas las cosas que no son realmente importantes y nos permite mirar directamente aquellas cosas que son realmente importantes para nosotros. Realmente no hay más distracciones para desviarnos de las cosas verdaderamente importantes porque solo quedan las cosas importantes; uno de esos es Jesucristo. Aprovechemos este tiempo para conocernos a nosotros mismos y a Jesucristo más profundamente. Aprovechemos esta oportunidad para construir sobre una base sólida de fe y amor. Aprovechemos esta oportunidad para acercarnos unificados como hijos de Dios.

Diácono Tom


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