DEACON TOM ANTHONY

Saturday, February 1, 2020






Fiesta de la Presentación del Señor
Leccionario: 524


Primera lectura

Mal 3, 1-4
Esto dice el Señor: “He aquí que yo envío a mi mensajero. Él preparará el camino delante de mí. De improviso entrará en el santuario el Señor, a quien ustedes buscan, el mensajero de la alianza a quien ustedes desean. Miren: Ya va entrando, dice el Señor de los ejércitos.
¿Quién podrá soportar el día de su venida? ¿Quién quedará en pie cuando aparezca? Será como fuego de fundición, como la lejía de los lavanderos. Se sentará como un fundidor que refina la plata; como a la plata y al oro, refinará a los hijos de Leví y así podrán ellos ofrecer, como es debido, las ofrendas al Señor. Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, como en los años antiguos’’.


Salmo Responsorial

Salmo 23, 7. 8. 9. 10
R. (10b)  El Señor es el rey de la gloria.
¡Puertas, ábranse de par en par;
agrándense, portones eternos,
porque va a entrar el rey de la gloria! R.
R. El Señor es el rey de la gloria.
¿Y quién es el rey de la gloria?
Es el Señor, fuerte y poderoso,
el Señor, poderoso en la batalla. R.
R. El Señor es el rey de la gloria.
¡Puertas, ábranse de par en par;
agrándense, portones eternos,
porque va a entrar el rey de la gloria! R.
R. El Señor es el rey de la gloria.
¿Y quién es el rey de la gloria?
El Señor, Dios de los ejércitos,
es el rey de la gloria. R.
R. El Señor es el rey de la gloria.


Segunda lectura

Heb 2, 14-18
Hermanos: Todos los hijos de una familia tienen la misma sangre; por eso, Jesús quiso ser de nuestra misma sangre, para des¬truir con su muerte al diablo, que mediante la muerte, dominaba a los hombres, y para liberar a aquellos que, por temor a la muerte, vivían como esclavos toda su vida.
Pues como bien saben, Jesús no vino a ayudar a los ángeles, sino a los descendientes de Abraham; por eso tuvo que hacerse semejante a sus hermanos en todo, a fin de llegar a ser sumo sacerdote, misericordioso con ellos y fiel en las relaciones que median entre Dios y los hombres, y expiar así los pecados del pueblo. Como él mismo fue probado por medio del sufrimiento, puede ahora ayudar a los que están sometidos a la prueba.


Aclamación antes del Evangelio

Lc 2, 32
R.    Aleluya, aleluya.
Tú eres, Señor, la luz que alumbra a las naciones
y la gloria de tu pueblo, Israel.
R.    Aleluya.


Evangelio

Lc 2, 22-40
Transcurrido el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, ella y José llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley: Todo primogénito varón será consagrado al Señor, y también para ofrecer, como dice la ley, un par de tórtolas o dos pichones.
Vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso de Dios, que aguardaba el consuelo de Israel; en él moraba el Espíritu Santo, el cual le había revelado que no moriría sin haber visto antes al Mesías del Señor. Movido por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María entraban con el niño Jesús para cumplir con lo prescrito por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo:
“Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo,
según lo que me habías prometido,
porque mis ojos han visto a tu Salvador,
al que has preparado para bien de todos los pueblos;
luz que alumbra a las naciones
y gloria de tu pueblo, Israel”.
El padre y la madre del niño estaban admirados de semejantes palabras. Simeón los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció: “Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma”.
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana. De joven, había vivido siete años casada, y tenía ya ochenta y cuatro años de edad. No se apartaba del templo ni de día ni de noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Ana se acercó en aquel momento, dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel.
Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él.


MIS HERMANOS Y HERMANAS,

 El Profeta Malaquías en la Lectura bíblica de hoy predice la aparición de San Juan Bautista y luego la Presentación de Jesús por María y José en el templo. Continúa describiendo cómo todos debemos ser refinados como el oro o la plata. Este acto de dar forma puede venir de muchas formas, pero la descripción del proceso nos dice que, como cristianos, es a través del sufrimiento y de vivir una vida como Jesús pretendía que nos hiciera más fuertes. Nos enfrentaremos a obstáculos que desafiarán nuestra fe. Enfrentaremos el ridículo y las tentaciones que posiblemente puedan alejarnos de nuestra fe. Estas cosas no debemos temer, pero debemos esperar porque confrontar y luchar contra estas cosas nos une a Jesús y nos purifica del pecado. Constantemente se nos ofrece una opción: estar con Jesús o abrazar los pecados de este mundo. Tomar la decisión correcta significa elegir a Jesús sobre estas otras cosas. Cuando hacemos lo correcto nos hacemos más fuertes. Construye una base sólida sobre la cual podemos vivir nuestra vida y prosperar en todo lo que hacemos. El fuego en la fragua representa todas las cosas malas que enfrentaremos en nuestras vidas, pero Jesús es el herrero que puede controlar la llama y darnos forma en el proceso. Nuestro trabajo es dejar que haga esto y dejar que lidere el camino. No podemos luchar contra Él porque esto significaría que la llama ha comprometido nuestra durabilidad y nos ha derretido.

Jesús que viene a este mundo completamente humano y completamente divino produce la capacidad de tener una relación íntima con Él. Siente lo que sentimos y experimenta lo que experimentamos. Como Dios, Él ya tiene la capacidad de hacerlo, pero es su humanidad la que lo hace más accesible. Podemos relacionarnos mejor con él. Nos encuentra donde estamos. Esto se explica por primera vez en el Libro del Génesis, donde se explica cómo somos creados a imagen de Dios. Somos de carne y hueso. Jesús es carne y sangre. Somos participantes en la relación de la Trinidad a través de Jesucristo. Atraídos a esa relación por el Espíritu Santo, somos capaces de encontrarnos con Dios a través de su hijo Jesucristo. Cuando nos encontramos con Jesús, podemos darnos cuenta de que Él es la parte de nosotros que es divina y reside dentro de nosotros. Como Jesús dijo: "El Reino de Dios está dentro de ti". Esto nos hace parte de El Reino y El Reino una parte de nosotros. Somos una parte intrincada de la creación de Dios y algo de lo que no puede prescindir. Cada uno de nosotros es especial y único por derecho propio. Mientras más personas reconozcan esto, más perfecto puede ser el mundo.

La Presentación en el Templo trae otra revelación para que la contemplemos. María y José llevaron a Jesús al templo de acuerdo con la ley judía. Fue el primer varón recién nacido "que abrió el útero" y necesitaba ser consagrado a Dios. Simeón, un hombre devoto y santo que estaba lleno del Espíritu Santo, proclamó a Jesús como el Mesías y también predijo su crucifixión. Además lo reveló como el salvador de todos los judíos y gentiles por igual. Somos partícipes de esta revelación y lo que él proclamó es lo que creemos como cristianos. Como Simeón esperaba la revelación de Jesucristo, nosotros también debemos esperar una experiencia transformadora a través de Jesucristo reconociéndolo como nuestro salvador y el Mesías. Estas no son solo palabras, sino una declaración de hechos y una validación de nuestra fe. Lo que leemos debemos profesar y lo que profesamos debemos creer. Cuando creemos esto, podemos vivir de acuerdo con ello y estar abiertos a todo lo que Jesucristo está ofreciendo. Esta apertura trae más revelaciones y experiencias.

La historia de la relación de Dios con nosotros se revela a través de la Sagrada Escritura y culmina con La Encarnación y La Venida de Nuestro Salvador Jesucristo. Este viaje se cuenta más a través de nosotros y el desarrollo de nuestra relación personal con Dios. Para que esta relación tenga algún tipo de impacto, debe ser examinada, nutrida y desarrollada. Cuanto más nos acercamos a Dios, más puede influir en nosotros y más felices seremos. Podemos ser formados y desarrollados por Dios si le permitimos que lo haga. Dejar que el herrero haga su trabajo es lo más sabio que podemos hacer. Escuchar sus sugerencias y lo que tiene que decir solo conducirá a cosas buenas. Finalmente conducirá a nuestra salvación y a una eternidad con Él.

Diácono Tom


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