DEACON TOM ANTHONY

Saturday, January 30, 2016






Mis hermanos y hermanas,
"La palabra del Señor vino a mí, diciendo:
Antes que te formase en el vientre te conocí,
antes de que nacieras, te consagré
por profeta a las naciones que se designó ".

Podemos tomar la comodidad en estas palabras pronunciadas al profeta Jeremías, porque él también está hablando a todos nosotros. Estas palabras definen nuestra relación con Dios. Él nos conoce a todos por completo: de nuestros pensamientos en nuestro bienestar físico. Nada escapa a su conocimiento de nosotros. Somos sus hijos y nos ama completamente. Cuando fuimos creados, es verdad que Dios nos reclamó como suyos. Desde ese momento hemos sido invitados a participar en su amor completo para nosotros y la experiencia de nuestra vida con Él. Es la relación más importante y única que jamás tendremos. Hay un vínculo eterno con Dios que Él nunca se romperá. Esa es Su promesa a nosotros.

El vínculo de amor que nos une a Dios es inquebrantable, siempre y cuando permitimos que sea. Tiene la capacidad de soportar cualquier crisis que pudiera surgir en nuestras vidas. Muchas veces, cuando nos encontramos con problemas o situaciones que se nos presentan, que tienden a acercarse al obstáculo en un estado de desesperanza. Llegamos a ser introvertida, permitiendo que el estrés y la ansiedad del momento de tomar el control de nosotros. Se nos olvida el amor que Dios nos tiene y cómo Él nunca nos dejaron hacer frente a estos desafíos por sí solo. Es con Dios que podemos superar cualquier cosa en esta vida. Él nos creó y Él creó el universo entero. Debido a que Él creó todas las cosas y sus impregna de amor a través de toda la creación no hay nada que pueda oponerse a ella o derrotarla. Al final, el amor de Dios siempre triunfará. No debemos olvidar que nos encontramos en el centro de este amor. Toda la atención de Dios está siempre en nosotros.

Siempre estamos en riesgo de ser abandonado por aquellos que pensamos nosotros nos gusta más. Este amor que compartimos entre los demás seres humanos es imperfecto y siempre es desafiado por fuerzas externas. Es un amor condicional que puede ser fácilmente envenenado por el orgullo, el egoísmo y los problemas cotidianos. Todos hemos sido bombardeados con pensamientos negativos, influencias e interacciones que pondrán este amor humano a la prueba.
 
 Los que profesaban amar más a Jesús fueron los primeros en abandonarlo. Leemos hoy en el Evangelio cómo los que conocía a Jesús desde que era un bebé no podía aceptar a Jesús el Mesías. No podía imaginar a Jesús, el hijo de José, para ser más de lo que le marcaron a ser. Estaba a punto de morir por aquellos que, a la vez, pensaron que lo conocían mejor. Ellos no podían aceptar que nunca pensó llegar a ser otra cosa aún mayor. Nosotros, como cristianos pueden relacionarse con este. Cuando nos dejamos transformar por la Palabra viva de Nuestro Señor Jesucristo y experimentar el amor incondicional de Dios a aquellos que pensaban que sabían nosotros nos mirará diferente. Algunos celebrar el cambio y abrazarnos con el estímulo, reaccionando a la luz de Cristo dentro de nosotros. Habrá otros que no pueden aceptar este cambio. Serán también influenciados por los prejuicios que se formaron por los comportamientos y acciones pasadas. En reacción a esto, hay que aceptar lo negativo con lo positivo sabiendo que todos sufren de la misma condición y les resulta difícil abstenerse de juzgar.

Nuestro enfoque debe estar continuamente en el amor de Dios: el amor que Él tiene para nosotros y el amor que tenemos por Él. Al final, siempre prevalecerá y moldearnos a la persona que siempre debería haber sido.

Diácono Tom

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